La consulta habló...
- Eder Angeles Hernández

- hace 1 día
- 2 Min. de lectura
Hay días en los que la política parece avanzar a empujones, y otros en los que simplemente se topa con la dura realidad. Esta semana pasó lo segundo. La bandita de Atitalaquia, Tlaxcoapan y Tula hizo algo poco común, casi exótico en estos tiempos: salió a opinar, sí lo leyó bien: salió a opinar toda la bandera. Y no solo opinó, sino que dijo que: no. Un “no” claro, sin rodeos, sin discursos largos y sin necesidad de un pseudo traductor político. Así, directo: qué siempre Nelson.
El ejercicio de consulta sobre el Parque de Economía Circular dejó algo muy claro: cuando a la gente se le pregunta de verdad, esta responde. Y cuando responde con tal brutalidad, no siempre coincide con el entusiasmo de los proyectos bien presentados en PowerPoint. La población decidió que ese proyecto, al menos en esa región y bajo esas condiciones, no iba. Y eso, aunque a algunos les incomode, esto mis estimados, también es democracia.
Anthony Giddens, en La tercera vía, advertía que una sociedad moderna no puede construirse solo desde arriba, sino a partir de consensos reales, donde el Estado y la ciudadanía dialogan, se corrigen y, cuando hace falta, se frenan mutuamente. Esta consulta fue eso: un freno. Un recordatorio de que el desarrollo no se impone, se acuerda.
Hay que decirlo sin dramatismos. El Parque de Economía Circular tenía puntos atractivos: la promesa de empleo, la apuesta por una gestión distinta de residuos, la narrativa ambiental que hoy resulta inevitable. En el papel, sonaba bien, muuuuy bien. Pero… También había dudas legítimas: el impacto ambiental real, la cercanía con zonas ya castigadas, la desconfianza acumulada por proyectos pasados que prometieron mucho y dejaron poco. Y cuando la bandita tiene memoria, eso pesa y vaya que se noto.
Lo interesante es que esta vez no hubo gritos ni portazos. Hubo urnas, participación y una respuesta colectiva. Y el resultado fue respetado, la presidenta Claudia Sheinbaum lo dijo en su mañanera con claridad: si la gente dice no, es no. El proyecto no se realizará en Hidalgo. Punto. Sin maromas discursivas ni reinterpretaciones creativas.
Eso no significa que todo sea celebración. También hay preguntas incómodas. ¿Qué sigue para una región que necesita inversión? ¿Cómo se compensan las expectativas que se generaron? ¿Qué alternativas reales se pondrán sobre la mesa para que el desarrollo no se quede solo en discursos de consulta? Decir no es un derecho, pero también abre la puerta a nuevas responsabilidades.
Lo que sí queda como lección es poderosa: la participación funciona cuando se toma en serio. No como trámite, no como simulación, no como encuesta para justificar decisiones ya tomadas. Aquí la pandilla habló y el proyecto se guardó en el cajón. Eso, en un país acostumbrado a que las obras caminen aunque nadie las quiera, no es poca cosa.
Tal vez por eso este episodio incomoda a algunos y entusiasma a otros. Porque demuestra que la democracia no siempre aplaude, a veces contradice. Y nos recuerda que el desarrollo sin consenso es solo imposición con otro nombre.
Esta semana, Hidalgo no dijo que no al progreso. Dijo que no a hacerlo así. Y en tiempos donde todo parece decidido de antemano, ese “qué siempre no” suena más revolucionario de lo que muchos quisieran admitir.










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